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  • Foto del escritorFederica Matelli

MIMA. We pray at your grave.




















En Aniara (2018, Hugo Lilja y Pella Kågerman ), película inspirada un épico poema de ciencia-ficción escrito en 1956 por Harry Martinson, la humanidad se encuentra en una nave espacial huyendo del desastre climático en la tierra y rumbo a las colonias en Marte. La nave es una reproducción de los espacios de consumo terrestre y dispone de una inteligencia artificial totalmente inmersiva capaz de hacer revivir a sus habitantes las sensaciones suscitadas por la naturaleza terrestre perdida: MIMA es su nombre. Una especie de realidad virtual senziente que conecta con las memorias de cada uno de sus visitantes para recrearlas en un metaverso inmersivo y extremadamente realista al cual los habitantes de la nave recurren para relajarse y mantener el equilibrio mental. El espacio en donde está instalada se presenta como una zona aparte a la cual acceder a través de una interfaz ergonómica, un lugar de paz, un templo de la naturaleza pura y perfecta. En un mundo totalmente artificial, subrogado de un hábitat perdido, las memorias son vestigios preciosos a mantener en vida. Cuando, pero, la nave sufre un accidente que obliga al capitán a desprenderse de todo el combustible, comienza un encierro cuyos límites no están del todo claros y las cosas se empiezan a torcer. Ante la angustia de la situación, los visitantes recurren cada vez más a menudo, y más masivamente, a MIMA que literalmente se ve afectada por la sobre exposición a la perturbadora psique humana. Las primeras señales del clímax de horror dentro de Aniara, son eventos naturales extraños en su entorno virtual, que contradicen la armonía esperada y transmiten el terror de una naturaleza rebelde, alterada o destruida: las aves explotan en vuelo, los bosques queman. MIMA se suicida estallándose en mil pedazos. Frente a la última y definitiva destrucción de la posibilidad de conectar con la naturaleza autocausada por la humanidad, algunos pasajeros exorcizan el duelo de esa perdida extrema creando un culto religioso frente a la tumba de MIMA, ofrendando en su altar prácticas orgiásticas en honor de la vida.




El mismo año del estreno de Aniara sale en las salas cinematográficas Aniquilation (2018, Alex Garland), basada en la premiada novela homónima escrita por el autor estadounidense Jeff Vander Meer en 2014. Esta relata la aventura de un equipo de expedición compuesto por cinco científicas de distintas áreas enviada a la Zona X en el norte de Florida, un lugar extraño que, debido a algún evento desconocido (tal vez el contacto con una entidad extraterrestre), se presenta como alieno a la tierra que lo hospeda, ya que dentro de él las formas y las leyes de la naturaleza están alteradas, a veces invertidas y completamente fuera de control. En la primera expedición a la Zona X había participado el exmarido de la protagonista (interpretada por Natalie Portman), el único componente del equipo que había logrado salir con vida de allí a coste de su cordura. Si bien relatan historias distintas y es cierto que los sujetos de ambas películas no coinciden, lo que sí comparten es el horror de una naturaleza alterada o perdida representada a través de la estratagema de lugares especiales: la zona entendida como motivo de las maquinaciones de ruptura espacio-temporal, tal como la definiría Robin Mackay. Un lugar en donde salimos de los planos del tiempo y espacio habituales y experimentamos anomalías con respecto al espacio – tiempo exterior, las leyes de causa-efecto que rigen la física, las normas biológicas que determinan la forma de los cuerpos y las leyes químicas que regulan la materia. Se presentan como eventos o zonas entrópicas que contradicen la idea de mundo ordenado y controlable que el ser humano ha creado a través de la racionalización del entorno y de la naturaleza, por lo menos a partir dela época moderna.




Como bien describe Francisco Martorell Campos en Contra la distopía. La cara B de un género de masas, las categorías distópicas se pueden dividir en: individuo, Estado, revolución, realidad virtual, tecnología y naturaleza. Las distintas distopías que se han generado en el cinema y en la literatura, generalmente retratan una naturaleza perdida en contraste con las ciudades, o en general con entornos artificiales en los cuales el ser humano es destinado —u obligado— a vivir por causa de los desastres naturales que el mismo ha causado, en principio, a través del progreso industrial y tecnológico. De esta manera podemos ver que, según una lógica por oposiciones, la ciencia ficción distópica tradicionalmente honra la naturaleza como salvadora. Es exactamente lo que pasa en una de las dos películas citadas al principio de este artículo, me refiero a Aniara. El mismo autor destaca que la distopía tiene por lo general una condición naturalista, y que en «un sentido político, el naturalismo nomina a la tradición de pensamiento que inviste a la naturaleza en referente normativo y la convierte en fuente de deberes, normas, limitaciones, para los seres humanos. De acuerdo con ello, si aspiramos a coronar la justicia, la libertad y la felicidad, solo tenemos que imitar lo natural. De lo contrario, creen los adeptos, instauraremos regímenes antinaturales, propensos a envilecerse y corromperse»1. Realmente, sobretodo para aquellos que viven en ciudades, la idea de que lo natural es terapéutico y liberador yace en la cabeza de la mayoría. En un mundo distópico en donde el calentamiento global crece al ritmo del sistema capitalista, el regreso a la naturaleza y a una vida alternativa en el campo es ya utopía compartida. Pero, en efecto, la vuelta a la naturaleza también es un ideal moderno que nace con el sistema industrial y su cultura, y tiene su génesis en el Romanticismo, ya que en épocas anteriores realmente los seres humanos temían y hacían de todo para defenderse de la naturaleza hoy día adorada. El deseo de vuelta al campo representado en los cuentos de ciencia ficción anhela el contacto con una naturaleza previsible, familiar y bajo el control de la ciencia moderna. De acuerdo con Francisco Martorell Campos, el despropósito extremo de la modernidad tecnificada es justamente la fantasía de retorno a lo natural y el dogma según el cual la naturaleza es un ámbito puro, previo e independiente a la acción de la humanidad, conforme con un pensamiento dicotómico que esconde una mentalidad normativa y religiosa. Esto sería el sub texto político de emparejar la naturaleza con la emancipación. Y más, esta visión idealizada y normativa de la naturaleza, que la describe teleológicamente y teológicamente como una instancia autorreguladora y armónica que siempre tiende al equilibrio, en verdad delata una cierta ignorancia de la realidad del mundo natural y de las leyes físicas que resultan ser caracterizadas por perturbación, inestabilidad y mutaciones morfológicas permanente. En el mundo físico nada es estable, todo es mutable, muere, nace, cambia y transita de una forma a otra. «Mucho antes de que existieran los seres humanos, la naturaleza ya se caracterizaba por extinguir especies, crear y destruir ecosistemas y alterar el clima, en ocasiones de manera abrupta»2.





Si bien la mayoría de las distopías main stream ilustran una naturaleza pulcra y salvadora en contraste con el mundo árido y artificial del progreso tecnológico, generador de caos social, un puñado de distopías pintan el verdadero horror en seno de la propia naturaleza a través de zonas completamente fuera del control de la ciencia humana. Esto es el caso de Aniquilation. Estas zonas aliens, alienas, extrañas, «raras y espeluznantes», son xeno-lugares que, según la definición de Amy Ireland y Rebekah Sheldon, consisten en alteraciones, coincidencias entre transición y transformación y conllevan la relación entre un interior y un exterior que se encuentra dividido y conectado por un lugar / interfaz correspondiente aun cruce espacio-temporal. Son zonas de una naturaleza inconcebible y no experimentable, ya que se posicionan fuera de nuestras facultades cognitivas y de las normas científicas que podrían explicarlas, no siguen patrones humanos y, por tanto, aparte de que raras, son espeluznantes: «cuando el conocimiento aparece, lo espeluznante desaparece» afirma Mark Fisher en The weird and the Eerie3. Siempre Amy Ireland en un artículo salido en Xenomorfica n.º 1 titulado Ritmo Alien, define el «tropo de la zona» en referencia a la recurrencia en la ciencia – ficción distópica contemporánea de la figura de la zone en la cual la naturaleza se presenta como “pervertida”. Una saga de películas entre las cuales hay sin duda que enlistar en el primer lugar Stalker de Andrei Tarkovsky del 1979. Desde luego, la idea de una naturaleza diferente puede suscitar el espectro del apocalipsis para algunos y despertar el horror de frente a lo diverso, para otros. Pero, citando una vez más a Francisco Martorell, todo esto es relativo, cada distopía esconde una utopía y al revés. Lo que es espeluznante para algunos, causa maravilla en otros. Lo que representa el fin para el ser humano tal vez pueda ser el inicio feliz de algo alieno.


**Texto para la publicación del Festival Exabrubto. Festival experimental de creaciones contemporáneas 2023, dedicado al tema de la distopía. Moià, Barcelona.


1 Francisco Martorell Campos. Contra la distopía. La cara B de un género de masas. Valencia: Lacajabooks, 2021. Pág. 134

2 Ibidem.Pág. 143

3 Mark Fisher. The weird and the Eerie. Londres: Repeater Books, 2016. Pag. 62.

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