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MIAMIFICATION

  • Foto del escritor: Federica Matelli
    Federica Matelli
  • 31 oct 2021
  • 16 Min. de lectura

«When you cut into the present,

The future leaks out».

W. Burroughs


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Nuestros tiempos y el problema del tiempo: este es el punto de partida heideggeriano que origina la reflexión propuesta en este libro. Alrededor de esta preocupación se ramifican los demás senderos del pensamiento de Armen Avanessian: ¿qué es lo que determina el tiempo y el ser de nuestra época?


A partir de su fase posmoderna (en sus distintas definiciones de sociedad posfordista, sociedad de consumo, del capitalismo cognitivo, del capitalismo artístico, etc.), la bipartición moderna de los conceptos de tiempo se complica. Según Zygmunt Bauman, uno de los más reconocidos sociólogos de la posmodernidad, y al que debemos la bien conocida definición de esta como «modernidad líquida», la dicotomía entre un «tiempo lineal», propio de la historia, y un «tiempo cíclico», propio de la cotidianidad, daría paso a una nueva concepción que condensa ambos y anula la división. Según él, la sociedad consumista se caracteriza por una renegociación del significado del tiempo, algo hasta ahora inédito:

"El tiempo puntillista está roto, o más bien pulverizado, en una multitud de «instantes eternos» —eventos, incidentes, accidentes, aventuras, episodios—, mónadas cerradas sobre sí mismas, bocados diferentes, y cada bocado reducido a un punto que se acerca cada vez más a su ideal geométrico de no dimensionalidad"1.

Retomando una imagen ya usada por Jean-Luc Nancy a propósito de la «mundialización»2, el modelo de este despliegue espacio-temporal descrito por Zygmunt Bauman es el de un Big Bang que se repite en cada momento y en cada punto del tiempo, como un eterno nacimiento en el presente, del mismo modo en que lo formuló también Fredric Jameson:

"Siguiendo la terminología de Bertan, la eminente socióloga Elzbieta Tarkowska ha desarrollado el concepto de «humanos sincrónicos», que «viven únicamente en el presente» y «no prestan atención a la experiencia pasada o a las consecuencias futuras de sus acciones», una estrategia «que se traduce en una ausencia de vínculos con los otros». La «cultura presentista» «pone el énfasis en la velocidad y efectividad, y no valora ni la paciencia ni la perseverancia»"3.

La posmodernidad, entonces, encuentra respuesta al problema del tiempo en el presentismo, reabsorbiendo constantemente el pasado en un presente continuo y anulando la especulación sobre el futuro, que todavía animaba los sueños progresistas de la modernidad. Esto tendrá consecuencias «retromaniacas» en las artes y demás expresiones culturales, como ya señalaron Baudrillard y Jameson pero, sobre todo, más tarde, Simon Reynolds y Mark Fisher, quienes, basándose en el concepto de hauntología de Jacques Derrida, ofrecen una crítica de la visualidad y del pensamiento contemporáneos como pastiche kitsch, para indicar, por un lado, su melancólica incapacidad de liberarse de los «futuros perdidos» que aseguraron las vanguardias y las contraculturas del siglo XX, es decir, de huir de las viejas formas sociales cristalizadas en utopías del pasado, y por otro, la reacción a la disyunción temporal posmoderna en el persistente reciclaje de una estética retro.


Si la posmodernidad encuentra respuesta al problema del tiempo en un presente incesante, Armen Avanessian la encuentra en el time complex, una temporalidad cada vez más gobernada por las tecnopolíticas y predeterminada por los «algoritmos del capital», como los define Matteo Pasquinelli en su libro homónimo. Según él, el eje se ha movido: ya no pasa por el presente «puntillista» de Bauman, Jameson y Maffesoli o por la relación pasado-presente, sino por la relación presente-futuro. Presente futurizado o futuro presentizado (present futur o futur present),Miamification anuncia un nuevo tiempo y examina sus estéticas y sus infraestructuras, aquellas mismas que decretan nuestra actualidad. Así como la máquina de vapor y la bombilla marcaron la modernidad, y los medios de comunicación de masas, junto con otros artilugios mecánicos y analógicos, la posmodernidad, en este proceso ha sido fundamental lo que Peter Weibel ha definido como «la revolución digital», el cambio tecnológico que determina y marca innegablemente nuestro(s) tiempo(s), reconfirmando aquello que ya había dejado bien claro Karl Marx por primera vez: la inmanencia entre lo social, y por tanto lo humano, y lo técnico.


¿Cómo tiene lugar el time complex? La transformación de la tecnología de la información en instrumentos de uso masivo y cotidiano permite que las tecnologías del consumo contemporáneas, aliadas con los social media y con las apps de internet, faciliten dirigir la producción de bienes desde abajo hacia arriba, es decir, del consumidor al productor, por medio del análisis y del cálculo estadístico y predictivo de los datos infinitesimales en flujo perpetuo proporcionados por las tecnologías digitales en línea y acumulados en el Big Data. Las mismas tecnologías de la información que se encargan de la vigilancia de datos son también las que permiten el control sobre los cuerpos y las vidas de los usuarios a través de su condicionamiento protésico por medio de interfaces digitales que devienen ellas mismas órganos de percepción de la realidad. Conjuntamente, la producción de bienes y servicios, y de cualquier otro tipo de materialidad que constituye y organiza la vida cotidiana en nuestra sociedad inevitablemente consumista, está determinada por este cálculo anticipatorio del futuro, acondicionando así nuestra realidad y nuestra concepción del tiempo. Esta sería la base, según Avanessian, de la creación predictiva, preferente, preventiva y sobre todo anticipatoria (preemptive) del futuro, puesto que es muy difícil decidir los límites entre una simple y correcta predicción del futuro y su producción en el presente; previsión y anticipación de los deseos y prevención de las amenazas en la guerra al terror mediática, es decir, del presente futuro. El futuro ahora ha devenido en presente entre


mezclándose con el retromaníaco retorno del pasado de la posmodernidad en un tiempo complejo: el time complex.

Esta nueva temporalidad afecta a la geopolítica en un nivel macro y además incide en la micropolítica de la vida cotidiana a través de los cuerpos acondicionados por los objetos producidos digitalmente, de las relaciones humanas mediadas por los social media, de las apps de internet o de los media mainstream y la sensación de amenaz a y peligro continuo que transmiten. A esto es imposible negarse o sustraerse; la revolución, en su sentido de cambio histórico, ya ha acontecido: estamos asistiendo al complejizarse de una sociedad ya postindustrial —«el capitalismo cultural-cognitivo»— en una sociedad de la información, de los datos y del software cuyo sistema económico puede ser definido —además de como «semiocapitalismo», según la definición operaísta— como «capitalismo computacional», habida cuenta de que la computación es actualmente el operador central de la industria, aunque esta mantenga en la base la explotación material. A esto hay que añadir, por supuesto, el papel de las nuevas finanzas especulativas y su relación con el mercado de derivados, un tipo de economía que se genera a partir de la concepción de una contingencia radical a la manera de Quentin Meillassoux, que hace necesaria la suposición y previsión continua del cambio y en la cual, por tanto, se implanta una nueva temporalidad, pues la presión del futuro hace acelerar el presente; en consecuencia, nos advierte el autor, «cambiar el presente depende del futuro».

De ahí el análisis de la actitud «crítica» de la izquierda, un pensamiento político que, a juicio de Armen Avanessian, es incapaz de pensar el futuro sino distópicamente, como apocalipsis o tabla rasa, desde una perspectiva de «resignada resistencia», animado por un «sentimiento de desesperanza» que compensa con una actitud de «escandalosa denuncia», con «protestas mediatizadas» o «disturbios lúdicos» y con un planteamiento no propositivo y de eterna oposición, sumamente cercano a la paranoia. Distopía y paranoia: se trata fundamentalmente de una actitud suspicaz o destructiva hacia un tiempo que viene del futuro o también de violencia preventiva.

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Avanessian anuncia la necesidad de un nuevo proyecto para la izquierda, un proyecto que esté a la altura de la revolución digital, que al fin al cabo es una revolución del capital en su propio seno. Un proyecto que tenga en cuenta el time complex y que llegue a plantearse el problema de la apropiación del futuro y de la infraestructura tecnológica de lo contemporáneo, es decir, de los algoritmos que lo determinan. Es así que el pensamiento de izquierda vuelve a conectar con el proyecto aceleracionista, un pensamiento cuyo núcleo —como nos recuerdan Avanessian y Mauro Reis en la introducción a Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo—:

"Es el examen del vínculo supuestamente intrínseco entre estas fuerzas transformadoras y las axiomáticas del valor de cambio y de la acumulación capitalista que organizan la sociedad planetaria contemporánea"4

como en el caso del «Manifiesto para una política aceleracionista» (MPA) de Srincek y Williams.


La propuesta aceleracionista ha sido acogida por el mundo académico y por la comunidad intelectual internacional con reticencia y recelo por estar fundamentada en unos planteamientos completamente distintos respecto a aquellos del discurso crítico actualmente hegemónico, que se centra en «críticas tradicionales y regresivas»5, en «soluciones desacelerativas o restaurativas»6 o en el análisis teórico de la «subsunción real en el espectáculo»7, basados a menudo en la filosofía del lenguaje, en la deconstrucción, en las políticas de la identidad —en una palabra, en el posestructuralismo—, y que dejan en un segundo plano la reflexión acerca de las bases materiales de la sociedad. Por el contrario, el aceleracionismo se presenta como una nueva forma de realismo materialista que tiene en cuenta las estructuras materiales y tecnológicas que soportan y generan la sociedad actual y su superestructura, encontrando así su base filosófica en el nuevo materialismo y estableciendo una particular complicidad con el realismo/materialismo especulativo.

Un pensamiento que no puede ser definido como revolucionario, sino más bien como radical porque, asumiendo que ya no hay un afuera del capitalismo, actúa desde su interior para revertir sus tendencias «malignas» prefigurando el paso a una sociedad poscapitalista. Consciente del «complejo del tiempo» en el que estamos sumidos, propone volver a pensar el futuro desde el presente, recuperando algunos aspectos del pasado y apropiándose de las mismas plataformas materiales del capitalismo, como podemos leer en el «Manifiesto para una política aceleracionista», incluidas las deproducción/mercado/consumo (sociedad de consumo), es decir, sus tecnologías, y la cultura popular como uno de sus productos. En este sentido asistimos a un retorno a algunas de las ideas fundamentales de Karl Marx: dialéctica, alienación y la teoría del valor.

"De hecho el aceleracionismo es el repetido retorno a estas ideas fundamentales en cada nueva ocasión bajo un conjunto de estrictas condiciones vinculado con las circunstancias políticas imperantes en el momento"8.

La idea de alienación y la teoría del valor, y sus ya conocidos conceptos fundamentales de valor de uso y valor de cambio, son primordiales también en las teorías contemporáneas acerca de la cultura popular, de la estetización de la vida cotidiana y del valor y función de los objetos en ella. A estos hay ahora que añadir lo señalado por Elie Ayache, quien afirma que el mercado, hoy en día, es también una «tecnología del futuro» debido a su capacidad de especular sobre las posibilidades desconocidas del mañana por medio de la estadística y de la predicción algorítmica y anticipatoria (preemptive) de los deseos de los consumidores, y —como recuerda— reconocer posibilidades es el primer paso de una objetificación del porvenir. Las tecnologías del consumo no solo condicionan los deseos en el presente, sino que anticipan nuestros deseos futuros: esto tiene un gran potencial totalitario. Mientras que la izquierda se ha atrincherado en el presente, en una posición de mera resistencia y de crítica distópica del futuro en manos del capital refugiándose —por ejemplo— en la naturaleza olibrando luchas en contra de la racionalidad y dejando de pensar en una alternativa o una vía de escape, el capital marca la historia confirmando y realizando los modelos de realidad posibles que piensa estadísticamente y nos ofrece «preemptivamente» desvirtuados en productos adquiribles. Dado que «la plasticidad del humano y la naturaleza social de la tecnología pueden ser entendidas como un punto de referencia para la aceleración progresista»9, un pensamiento de izquierda renovado debería dedicarse no solo al análisis y a la crítica resignada del statu quo, sino también, o más bien, a la reocupación estratégica, activa y material, del espacio del futuro, hoy por hoy gestionado únicamente gracias al dominio de la tecnología y de la ciencia por el capital, aquel

"idiota prodigio impelido a malgastar el potencial cognitivo colectivo redirigiéndolo, desde cualquier proceso naciente de autodeterminación colectiva, de vuelta hacia las dinámicas libidinales autovigorizantes de los mecanismos de mercado"10.

Las actuales formas del capital y el complejo del tiempo (time complex) que generan tienen en este libro su escenario privilegiado en la ciudad de Miami. Si París fue la ciudad moderna y Nueva York la ciudad posmoderna, Miami, con sus excesos y la sensación que induce de que el caos brinda oportunidades, es la ciudad posposposmoderna. Y si Detroit representaba el fordismo como sistema económico de la modernidad avanzada, con el coche como objeto de consumo status simbol por excelencia, San Francisco y Silicon Valley son las capitales económicas de la época posfordista y de la era digital, con el móvil (I-Phone) como status simbol. Armen Avanessian viaja a Miami para vivirla durante dos semanas y convertir esta ciudad en un caso de estudio para la definición de una geopolítica y economía del futuro.

Desde este punto de vista, Miamification puede también ser interpretado como un análisis de la vida cotidiana en la era posdigital. Lefebvre, Debord, Baudrillard, Michel de Certeau, Bauman y hasta Lipovetzky dejan constancia en sus teorías del rumbo del cambio de nuestra sociedad en el momento del paso de un sistema capitalista rígido basado en la economía fordista a un sistema flexible fundado en la economía posfordista y en el que, junto con sectores como la industria high-tech, los servicios financieros, la gestión empresarial, los servicios individuales o los media, las industrias culturales se vuelven centrales.En particular, Gilles Lipovetsky, en su último libro, escrito mano a mano con Jean Serroy, describe los desarrollos extremos de estas últimas, ya anunciados por Baudrillard. En La era del vacío, El imperio de lo efímero y, sobre todo, últimamente, en La estetización del mundo: vivir en la época del capitalismo artístico, detalla la deriva de la posmodernidad, con referencia sobre todo a las industrias culturales.



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A su vez, se podría decir que Miamification describe las nuevas modalidades del «capitalismo artístico» actual, evidenciando sus nudos principales en un libro que quiere expresar en su misma estructura por capas la ordenación de nuestros tiempos y de su pensamiento. El libro propone una nueva forma de filosofar, una manera de filosofar desde la realidad material y la experiencia personal que se aleja de la escritura académica, una especie de ficción teórica, especulativa, abductiva, posicionada en el mundo. Se trata de un experimento de escritura. Especulación como método y abducción como fundamento metodológico del pensamiento filosófico, porque «un mundo de contingencia actual solo puede ser concebido abductivamente»11. El libro y el mundo que narra se desterritorializan recíprocamente porque forman parte el uno del otro, a la manera de Corpus de Jean-Luc Nancy.

De hecho se trata de un diario, de un relato de la vida cotidiana a cada una de cuyas entradas le corresponde un concepto vinculado a la macropolítica o a la micropolítica, los códigos básicos del siglo XXI: semiocapitalismo (operaísmo), sociedad del control y guerra al terror, previsión y estadística como tecnologías del futuro (Elie Ayache) y, en consecuencia, el Big Data, que alimentamos cotidianamente con nuestras actividades en línea, como base de aquellas, crítica del presentismo contemporáneo (en la teoría), individualismo y nueva organización del trabajo por medio de apps y nuevas tecnologías internet, financialización, gentrificación, cambio climático, nuevas materialidades, desplazamiento de los confines entre naturaleza y artificio en las biotecnologías y, finalmente, de manera muy importante, la sugerencia de nuevas formas de resistencia y lucha al sistema actual por medio de tácticas de biokhacking o nuevas tecnohumanidades y poéticas digitales.


Es este último aspecto el que permite tejer también una estrecha relación con las prácticas artísticas contemporáneas y sus pretensiones de lucha política. Puesto que existe una innegable reciprocidad entre el Big Data y el time complex, ¿cómo concebir una respuesta crítica capaz de incidir concretamente en la sociedad de consumo actual vinculada a la información y al software? Los datos acumulados por medio de la tecnología cobran un sentido y un significado solo a través de las relaciones que se crean entre ellos, es decir, dependen siempre de un contexto específico. Por eso podemos afirmar que el Big Data es ambiguo desde un punto de vista semántico y también que es «plástico».

La crítica de la sociedad del control y de la visualidad contemporánea se ha basado, a lo largo de la época posmoderna, en teorías posestructuralistas fundadas principalmente, por un lado, en la interpretación panóptica del poder y, por otro, en consecuencia, en el análisis lingüístico, crítico y deconstructivo de las imágenes en la sociedad de masas, consideradas justamente medios disciplinares del poder ubicuo. Esta condición se ha plasmado en el ámbito artístico, o en el campo más amplio de los estudios visuales, en el desarrollo de un paradigma general de tipo estético —opuesto al precedente «régimen de la representación», según la definición de Rancière— por medio del cual se pretendía luchar contra la visualidad hegemónica a través de la «crítica de la representación». Avanessian alega que, dada la condición de la sociedad en el capitalismo actual, el modelo panóptico y el paradigma estético ya no son relevantes, y urge pasar a un régimen pospanóptico que vendría a aplicar una estrategia poética, deíctica y recursiva (reality creating praxis). Esta, aplicada a la sociedad de la información, tendría un valor poiético, es decir, sería capaz de crear significado a partir de lo que existe, habida cuenta del valor deíctico y recursivo del Big Data: generar nuevos sentidos y significados. Esta creación activa de significado —propia de la poiesis lingüística— debería ser aprovechada activamente en la teoría política y en las artes en la era digital, en sustitución del análisis semiótico en que se fundamentan el paradigma estético y la crítica posestructuralista. En otras palabras, no se trata de luchar contra lo existente, contra los algoritmos que constituyen nuestro mundo, sino de darles otro significado, de poetizarlos, de romper con los significados actuales y crear diferencia, crear nuevos mundos, crear realidad por medio de poéticas especulativas que, por tanto, se reconectan con el proyecto aceleracionista: crear una poética digital como técnica de resistencia y supervivencia al capitalismo cognitivo, computacional y estético y, así, apoderarse de su realidad y de su tiempo.

¿Y dónde queda en todo esto el papel del arte contemporáneo tal y como es concebido actualmente, supuestamente libre y político, muy presente también en el libro? El papel del arte contemporáneo en la sociedad, es decir, en otras palabras, el papel de la expresión cultural de nuestros tiempos en las artes, es muy complicado. Como ya ha sido puesto de manifiesto ampliamente, por ejemplo por teóricos como Luc Boltansky y Ève Chiapello, evidentemente el arte contemporáneo no solo fracasa en su afán de lucha anticapitalista y de liberación social sino que más bien demuestra hipocresía y una clara complicidad con las dinámicas del capitalismo imperante. Quizás no haya ninguna obra crítica que exprese la complejidad de lo contemporáneo como el sistema del arte en sí mismo, teniendo en cuenta el aspecto lingüístico y estético del capitalismo actual, el papel relevante de los trabajadores creativos en él y el hecho de que es en el campo artístico donde por primera vez se ha ensayado y aplicado de forma extrema la organización del trabajo neoliberal basada en la concepción de una comunidad elástica y abierta de trabajadores autónomos, un modelo para una economía flexible hoy simplificada por aplicaciones o plataformas como Airb&b o Uber, en las que los trabajadores, más que autónomos, parecen completamente desprotegidos y autoexplotados. En este sentido se podría tomar el mundo del arte como modelo de las dinámicas del trabajo y de la socialización neoliberales, también en relación con otros sectores del capitalismo artístico y con la gestión que este hace del espacio urbano, es decir, los procesos contemporáneos de gentrificación en las principales ciudades globales vinculados a los espacios e instituciones artísticos. El discurso hegemónico en las teorías del arte contemporáneo y la estética de muchas obras aún remite a la crítica de la representación y de la imagen implantada por la crítica de izquierda «clásica», que, como hemos visto, a la luz del análisis de la era digital en la que vivimos resulta a estas alturas ineficaz. ¿Es realmente el flujo de las imágenes el problema hoy? La solución ¿es estética o más bien poética? Dado que en una sociedad organizada por algoritmos los objetos tecnológicos no solo median entre humanos y producción industrial sino que tienen una relación directa con los sujetos en lo cotidiano, hoy quizá sea necesario un acercamiento menos antropocéntrico y más poshumano, menos centrado en la visión y percepción humanas y más en el híbrido humanos-objetos tecnológicos y, por tanto, encauzado a generar dichas relaciones con nuevos sentidos y significados.

Por otro lado, no hay que olvidar la función de interfaz entre la alta y la baja culturas que el arte contemporáneo desempeña desde las vanguardias, como en su momento fue señalado por Thomas Crow, historiador de arte y crítico estadounidense, en su ensayo El arte moderno en la cultura de lo cotidiano, publicado en 1996. Siendo un elemento clave en los ciclos de domesticación de las culturas resistentes, el arte contemporáneo institucionalizado permite establecer un cauce de retroalimentación entre cultura institucionalizada y cultura resistente y popular que crece, se desarrolla y se vuelve predominante en los procesos sociales de la madura sociedad de consumo y posterior sociedad consumista (Lipovetsky y Serroy). En este sentido, el arte contemporáneo, en su relación con lo cotidiano y con el ocio de la clase media a partir de la sociedad moderna, constituiría una especie de antecámara, instrumento de investigación y desarrollo de la incipiente industria cultural, y de sus procesos cíclicos, que conocerá su esplendor en nuestros días.

Así pues, la industria cultural en la sociedad de consumo por un lado vampiriza la cultura popular y resistente a la que acede por medio del sistema arte, mientras que por el otro sería un recurso de la ingeniería social de la economía capitalista para implantar un consenso político y códigos socialmente integradores de la cultura hegemónica. Esto es un hecho, pero, por otro lado, como bien destaca Crow, no se trata de un recurso simple ni de una solución sencilla e incuestionable al «problema de la cultura» bajo el capitalismo. A este aspecto también habría que encontrarle una solución con el fin de que el arte dé una respuesta coherente al capitalismo actual. Quizá la solución podría ser eludir el sistema expositivo y concebir el arte más como un laboratorio teórico interdisciplinar, es decir, como un lugar en donde hacer teoría práctica, teoría en el arte y a través de él, en donde crear nuevos sentidos y significados, esto es, nuevas realidades o nuevos modos de distribuir conocimiento e intervenir en la vida cotidiana.


¿Qué son el comisario o el artista hoy en día sino trabajadores creativos y culturales, modelos máximos del trabajador neoliberal? ¿Se podría definir Miamification como el diario de viaje de un trabajador cultural? Un viaje en un mundo hiperestetizado, en la tercera fase del capitalismo, más allá de la fase hot y cool (Lypovetsky), cuyo secreto material nos desvela irónicamente Armen Avanessian. Restaurantes, piscinas, cócteles frente al mar, una élite intelectual sumida en el placer, el hedonismo y el trabajo freelance: un modo de trabajar solo aparentemente libre y placentero, porque tiene una cara B vinculada al hecho de que, para poder ser ubicuos y trabajar en redes distribuidas globalmente, debemos también estar constantemente en línea. Y mientras nos autoexplotamos individualmente para producir cultura, a menudo gratis, accedemos a otro tipo de producción mucho más ingente: la de los datos que producen a su vez una riqueza ajena y real.


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Miamification es un libro de teoría ficción en formato de cuaderno de bitácora que evoca destellos de literatura y cultura televisivas del pasado reciente: un cruce entre los temas sugeridos por Cosmópolis de Don DeLillo y las atmósferas de Noches de cocaína de J. G. Ballard, la aprensión inducida por series como Homeland y, obviamente, los ambientes de Corrupción en Miami (Miami Vice). Al fin y al cabo, ¿qué es Miami sino el alter ego de La Habana? ¿El lugar que representa la deriva extrema de la posperestroika, el colapso de las tensiones entre los dos bloques del siglo XX, occidental y oriental, en un nihilismo y una iconoclasia que ahora no son más que un nuevo sistema? Nos estamos «miamificando».




1 Zygmunt Baumann, Vida de consumo (Madrid: Fondo de Cultura Económica de España, 2007), p. 52.

2 Jean-Luc Nancy, La creación del mundo o la mundialización (Barcelona: Paidós Ibérica, 2003).

3 Zygmunt Bauman, Vida de consumo, op. cit., pp. 144-145.

4 Armen Avanessian y Mario Reis, Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo (Buenos Aires: Caja Negra, 2017), p. 10.

5 Ibid.

6 Ibid.

7 Ibid.

8 Ibid., p. 14.

9 Ibid., p. 17.

10 Ibid., p. 21.

11 Armen Avanessian, Miamification (Berlín: Sternberg Press, 2017), p. 110.


***Prólogo a la edición española de Miamification por Armen Avanessian, editada por Materia Oscula Editorial, 2019. Ilustraciones de Andreas Töpfer.

 
 
 

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