Historia natural de la destrucción
- Federica Matelli

- 21 ago 2021
- 5 Min. de lectura

Vengo de una ciudad cerca del mar y aquellos como yo, que han nacido y se han criado a su lado, saben que su presencia te forma y te acompaña toda tu vida. Es relajante el incesante, continuo y tranquilo sacudir de las olas en la orilla, mientras su duradero murmullo reasegura y calma. Hay algo de excitante y adrenalínico en los días de tempestad en la costa cuando el mar enfurece y causa miedo, evocando esa sensación de infinito sublime, como la definían Kant o los románticos, frente la potencia de la naturaleza. Y luego la quietud después de la tempestad te trae sorpresa al encontrar los restos de esa turbulencia que se depositan en la arena, dejando a la vista un cementerio de almas muertas.
Si hace cien años estas almas venían de los cuerpos inermes de peces y animales o de ramas de madera o de la vegetación acuática, muertos, arrancados y entregados a la tierra por la misma fuerza furiosa que antes los hospedaba, hoy en día encontramos bien otra clase de desechos marinos. Se me ocurren las palabras de un biólogo inglés del siglo XIX de nombre Arhur Thomson, que en un texto titulado Jetsam (basura), citado en el texto homólogo por D. Graham Burnet, afirma
"Nunca se sabe lo que se puede descubrir entre el “jetsam”, la basura, como dirían algunos. Pero esto es llamar de forma equivocada al “jetsam”, porque aunque a veces hay un elemento de basura - los escombros de la civilización - esta palabra poco atractiva rara vez es apropiada en referencia a la totalidad que encontramos. Lo que más hallamos son los restos de la vida, criaturas que han sido arrancadas de sus amarres, o que han sido forzadas por las corrientes dentro de las garras de la marea, o que han sido golpeadas hasta la muerte y luego arrastradas a la orilla"1.
La proporción “de jetsam” descrita por Thomson seguramente cambió a partir del siglo XX. Y por cierto la experiencia del biólogo del siglo XIX puede ser distinta de aquella de un biólogo de hoy tanto cuanto lo era aquella del artista moderno en comparación con el artista contemporáneo. Me viene a la memoria la contemplación del mar y de la costa de artistas románticos como Joseph Mallord William Turner en la Tempestad o como Caspar David Friedrich en la pintura La Luna saliendo a la orilla del mar que muestra la mística complicidad entre tres anónimas figuras, que miran el horizonte dándonos la espalda, y lo ignoto.
Hoy el escenario es indudablemente muy distinto. Lo que encontramos mayoritariamente en muchas playas después de la tormenta son los deshechos del progreso industrial junto a algún que otro pez muerto. El gran gigante sublime que inspiraba a Turner o a Friedrich ha sido derrotado por el plástico: el mar ya no es aquel gran misterio que suscitaba una mezcla de sensaciones entre admiración y miedo, sino que las imágenes repetidas de su contaminación que acompañan las noticias en todos los medios contemporáneos evocan a menudo una sensación de enfermedad e infinita tristeza.
La fuerza marina y sus costas, el mar, el gran desconocido, el mundo extraterrestre en tierra para los humanos ya imaginado por Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino, han sido domesticados por la industria y el turismo. Nos esperamos misteriosas maravillas de sus entrañas y al contrario nos asalta una apenada decepción al ver que también está poblado por los mismos miserables y vulgares residuos que podríamos encontrar en cualquier vertedero escondido a la vista por la hipocresía capitalista. No solo esto, hoy el mar es además escenario de sus dramas y tragedias: naufragios, migraciones masivas, turismo, confines y fronteras no solo entre poblaciones y culturas sino también entre naturaleza y artificialidad. Nos recuerdan Allan Sekula y Noël Burch ya en el 2010:
“Nuestra premisa es que el mar sigue siendo el espacio crucial de la globalización. En ningún otro lugar la desorientación, la violencia y la alienación es más manifiesta, pero esta realidad no es evidente y debe de ser acercada como un puzle, o un misterio o un problema a resolver”1.
En este panorama prácticas artísticas ambientales como el Land Art parecen perder sentido puesto que el acto de hacer arte con o en la naturaleza pierde su significado en un mundo en el cual la naturaleza misma se entremezcla y se confunde con el artificio. Ya se habla desde hace años de Post-Naturaleza, concepto por el cual la cultura humana y la naturaleza ya no son pensados como separados sino en una relación de mutua y, potencialmente, destructiva influencia.

En su poética reflexión visual Nathalie Rey exorciza la tristeza suscitada por esta masacre por medio de la fantasía de un mundo de patitos amarillos y perlitas de colores superpuestos a mapas de las aguas terrestres, o a imágenes de la naturaleza, para simbolizar las amplias franjas de acumulación de plástico en el globo terráqueo. Inspirándose en hechos de crónica que por casualidad tienen como protagonistas juguetes para niños – desde la tormenta que en 1992 hizo que un carguero perdiera su transporte de miles de juguetes de plástico en el océano pacífico, o las miles de cápsulas de huevos Kinder, piezas de Lego y otros envoltorios de plásticos que invadieron la isla Langeoog en el Mar báltico al norte de Alemania – elige la metáfora del naufragio para expresar la condición de la sociedad contemporánea.
Así nacen los dos proyectos “work in progress” titulados Naufragio y Plastic sea expuestos en la Galería Alalimón, que por medio de una tenue ironía y de una estética lúdica y puerilmente tierna ilustran este tema tan profundo, intenso y preocupante, dentro de un marco conceptual compuesto por un entramado de significados solapados, que son al mismo tiempo expresión de una preocupación eco-cultural, ética y política, y de la historia personal de la artista, relacionada con anécdotas sobre el mar y su propia infancia.
Todo esto encontramos en las imágenes “vintage” en blanco y negro superpuestas con perlitas de colores, en el “mapamundi” en punto de cruz, en los patitos de goma o en las moldes de colores dispuestos en la arena como si fueran alegres juegos de niños en la playa. De hecho, como explica la misma autora, los proyectos relativos al mar tienen algún vínculo con el recuerdo de las vacaciones en casa de su abuela materna en una isla de Bretaña (mar en francés se escribe “mère” y suena como la palabra “madre”) cuando ella era poco más que una chiquilla y así nos reconecta también, simbólicamente, con su vivencia del proceso creativo asumido como alegoría de la salida de la infancia, ese lugar desconocido e intermedio, en continuo movimiento, desde el cual germinan la fuerza y el miedo, como delante del mar.
1Allan Sekula & Noël Burch, The Forgotten Space. In “e-flux”, Wednesday, August 28, 2013
https://www.e-flux.com/program/65074/allan-sekula-amp-nol-burch-nbsp-the-forgotten-space/
1 D. Graham Burnett. Jetsam. En “Texte zur Kunst”, Issue Nº.114 / June 2019, p.96-114 “One never knows what one may discover among the jetsam – the rubbish, as some people would say. But this is to miscall the jetsam, for although there is sometimes an element of rubbish – the debris of civilization – the uninviting word is seldom appropriate in reference to the whole. What we mostly find is the wreckage of life – creatures that have been torn from their moorings, or that have been forced by currents into the grip of the incoming tide, or that have been battered to death and then swept ashore.”
**Texto para la exposición Naufragio de Nathalie Rey en la Galería Alalimon del 28 de noviembre del 2019 al 19 de enero del 2020, Barcelona






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